domingo, 12 de diciembre de 2010

la Cabaña

La pequeña cabaña que en un principio estaba tan habitada llevaba varios meses sin uso. Las trampas de las arañas eran ya muy vistosas, todas cubiertas de polvo, pero no faltaban los insectos descerebrados que ingresaban a la vivienda por alguna rendija y quedaban irremediablemente atrapados en las enormes telarañas tejidas por los hambrientos arácnidos.
Cualquiera que pensara que nadie habitaba esa pocilga se equivocaba, aún quedaban resquicios de vida, la mayoría de -por no decir todos- los movimientos dentro de la casucha se denotaban gracias a los lugares donde faltara polvo, algunas siluetas de pisadas, de manos, etc. que aludieran a un habitante.
El único habitante en la planta superior era un chico con apariencia humana, vestido con ropas negras y ajustadas, con cadenas y remaches, una mirada escalofriante y una sonrisa desquiciada. Su pasatiempo favorito era ver cómo un insecto era devorado o envuelto en seda -según fuera el caso- por una araña, en especial con la que parecía ser la madre de todas, ya que era la que poseía mayor tamaño y ferocidad...
En fin, el trabajo de este chico era custodiar la portezuela que daba al sótano, donde se encontraban seis muchachas, las antiguas huéspedes...
Las chicas, al comienzo de su encierro -hace ya algunos meses- trataban variadas maneras de abrir la puerta porque, intentar escapar era imposible. Pero luego de unos meses se acostumbraron a la vida en penumbras y ya ni les importaba subir a la superficie... Se encontraban cómodas y nadie las venía a importunar con comentarios estúpidos y anéctotas innecesarias...
El problema ahora era hacerlas volver.

P. D.: Shiroiho, devuélveme a las chicas, libéralas por favor.
Ahora el problema era sacarlas...

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