Cualquiera que pensara que nadie habitaba esa pocilga se equivocaba, aún quedaban resquicios de vida, la mayoría de -por no decir todos- los movimientos dentro de la casucha se denotaban gracias a los lugares donde faltara polvo, algunas siluetas de pisadas, de manos, etc. que aludieran a un habitante.
El único habitante en la planta superior era un chico con apariencia humana, vestido con ropas negras y ajustadas, con cadenas y remaches, una mirada escalofriante y una sonrisa desquiciada. Su pasatiempo favorito era ver cómo un insecto era devorado o envuelto en seda -según fuera el caso- por una araña, en especial con la que parecía ser la madre de todas, ya que era la que poseía mayor tamaño y ferocidad...
En fin, el trabajo de este chico era custodiar la portezuela que daba al sótano, donde se encontraban seis muchachas, las antiguas huéspedes...
Las chicas, al comienzo de su encierro -hace ya algunos meses- trataban variadas maneras de abrir la puerta porque, intentar escapar era imposible. Pero luego de unos meses se acostumbraron a la vida en penumbras y ya ni les importaba subir a la superficie... Se encontraban cómodas y nadie las venía a importunar con comentarios estúpidos y anéctotas innecesarias...
El problema ahora era hacerlas volver.
P. D.: Shiroiho, devuélveme a las chicas, libéralas por favor.
Ahora el problema era sacarlas...
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