Era de noche, en un antiguo estudio de ballet abandonado hace ya 9 años el cual, extrañamente, no tenía signos visibles de desuso (tampoco fuese que todo estaba en perfectas condiciones, pero al menos las cosas no se deshacían con la mirada). La refulgente Luz Plateada de la Luna Llena se abría paso a raudales por entre el aire desgastado del cuarto y las partículas de polvo adheridas al ventanal cuando, una esbelta -por no decir esquelética- figura irrumpió en el salón principal con pasos inseguros y vigilantes, vistiendo una capucha negra que, luego de unos vacilantes segundos, se quitó, dejando ver un raído
tutú rosa, con brillantes hilachas colgantes por aquí y por allá, y su cabello amarrado por un
collet. Comenzó a danzar, sus movimientos -que en un principio eran tímidos y algo torpes- se volvieron expertos, majestuosos y llenos de vida... Hasta que oyó algo. Cayó. Se puso de pie, para buscar, emocionada, a quien efectuara el sonido. Corrió a través de los pilares del lado derecho, perdiéndose en las sombras proyectadas por los objetos del lugar y, como si de una obra de teatro se tratara, de la opacidad del lado izquierdo emergió otra figura, distinta de la anterior, a excepción por el deslucimiento de su vestimenta, la cual constaba de un vestido largo de encaje blanco, ajado por el desuso, una cabellera castaña, larga y ondulada, se movió con lentitud, con actitud expectante ante posibles movimientos imprevistos. Al no ver a nadie, desilusionada, se acercó al ventanal, para observar el hermoso paraje que se presentaba ante sus apagados ojos.
Ruido... De pasos.
La Bailarina, desalentada, se halló por segunda vez en la sala, dispuesta a abandonarla. Recogió su capucha, orientó sus pasos a la salida y se encontró de lleno con los arrebolados ojos de quien estuvo buscando durante 9 años, en el mismo lugar, a la misma hora, luego del mismo paso de baile...
- Lyka...
- Hola, Adzin...
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